Mike Rourke en The Wrestler parece un muñeco. A alguien se le habrá ocurrido lo mismo, porque el tipo tiene un action figure de si mismo en la camioneta que por momentos es su casa.
En el blog de un rolero bastante pelotudo, leí que Aronosfky es el mas nihilista de los directores de hollywood. The Wrestler es el mejor ejemplo de esto, la vida de un tipo que es un fraca pero en el fondo es un buenazo funciona como el silver tape de una de exploitation red neck y martirio.
Y acá me detengo. El gran director/performer del nihilismo filmico es Mel Gibson. Australiano tenía que ser. Si hay una cultura vacía, construida en el sentido mas derridiano de la palabra, un conteiner superestructural, es la australiana. Mel se ha dedicado a llenar ese enorme vacío cultural con los actos mas violencia pornográfica que el que el cine de taquilla ha dado su historia. Que se joda Quentin Tarantino. En Payback, el ladronzuelo de poca monta es traicionado por su propia banda, le roban su parte y lo hospitalizan. Tiempo después vuelve para vengarse de sus compañeros traidores, y de la organización mafiosa que les da cabida. Durante toda la película los personajes nos recuerdan que la parte del dinero que le corresponde a Mel es miserable, y que realmente no vale la pena el esfuerzo. A Mel le importa tres carajos. No solo asesina a la mitad del cast de la película, sino que recibe unas terribles (remarco el terrible) golpizas. En un momento incluso es torturado en galpón a martillazos, le revienta la cara, y le destrozan las piernas, lo que lo obliga a arrastrarse con el cuerpo magullado a la escena del climax. No puedo pensar en una película con una temática tan marcadamente nihilista y existencialista que esta, con la excepción tal vez de La Pasión. Si, Gibson es un poco repetitivo, pero en todas hay una profunda convicción filosófica de que el ser construye su existencia a partir de su voluntad, y que esta es capaz de ignorar todos los castigos en pos de ese fin. Sartre estaría orgulloso.
Hay varios trabajos académicos en relación a la lucha libre -se me viene a la cabeza, Le monde ou l’on catche de Barthes– donde concenso señala que no hay que creer en lo que pasa en el ring, y que todo el sentido del espectáculo casi que pasa por la cabeza de los espectadores.
En The Wrestler se invierte todo este planteo. Los luchadores se cortan, se inyectan, usan alambre de púas y vidrio cortado como props. Todo con el objetivo de excitar al máximo al público. Lo que realmente interesante de la lucha libre, entonces, es lo que no vemos.
Nada de lo que ocurre en la vida real es interesante. The Ram tiene una hija lesbiana ( y ex alcohólica), se gasta el sueldo en anabólicos y después no le alcanza para pagar el alquiler del remolque, hace changas en un super mercado, le tira onda a una stripper y rebota. Todo lo divertido de la película ocurre sobre el ring: Randy le llenan la espalda de ganchos de brocha, se corta con una gillete para simular cortadas, se muere de un ataque al corazón. Acá no hay crítica social ni estructuralismo, ni ninguna mierda. Randy es lo que es porque es lo quiere ser, caga todas sus oportunidades de salir, se muere arriba del ring no porque sea su destino, ni porque la vida lo hizo, sino porque hizo una elección plenamente consciente. El drama de la vida real es un cliché, y los clichés y la presuntuosidad del espectáculo son mas reales y valiosos que nada. Antes de la última escena, Randy le da la espalda a la stripper y le agradece a los que estuvieron con él: sus fans. Esa escena, es mucho más emotiva que las lágrimas de cocodrilo sobre botox de Mickey Rourke.
Al final del guión hay una gran ironía. El salto en el final de la película, aclara el guionista, tiene que quedar congelado con la imagen de Randy The Ram en el aire, en pleno salto, inmortalizado. Mucho mejor que terminar firmando autógrafos y vivir el aburrido retiro.