Viaje al centro de la ranciedad académica Parte 1

26 04 2009

Subimos por el ascensor muy apretados, en el segundo piso el engranaje lanzó un quejido. Sus días de elevador  habían terminado, más de cuarenta año al servicio de elevar viejos burócratas por los aires. Pero ninguno de los cuatro pasajeros éramos burócratas. Camila iba como estudiante de la UBA, aunque también era maestra. Ella se lo tomaba todo como una beca, seis horas a la mañana,  de siete a doce, limpiándole los mocos a nenitos era lo bastante relajado como para poder estudiar tranquila, aunque el paso de los años como maestra suplente ya estaban empezando a destruirle los nervios: el tedio del rosqueo en los pasillos, y asambleas  gritar de una forma que no conocía antes, las rivalidades antediluvianas de las autoridades y la mediocridad general del cuerpo docente porteño. Las dos chicas que venían con nosotros parecían de clase de media, gente con un aprecio demasiado elevado por su ocio. Ocio que no tenía nada de interesante. No había en ese ocio retrospectivas de Fassbinder, talleres de expresión o teatro, viajes a Europa, sexo interesante. Nada en ellas era interesante.  Sudaban el ocio de mateadas y aprender a coser, boliches donde nadie les hablaba, y donde solo iban y volvían con amigas. Chicas que querían tener tiempo libre para leer a Benedetti y  libros Cohelo comprados en saldos -aunque no lo iban a decir- Pocos apuntes, los suficientes,  porque a la facultad se va a estudiar y no a otra cosa. Hijas del rigor, de la visión funcionalista de la educación.

El mismo funcionalismo que se olía en los sanwichitos de pan de salvado, la Pepsi en vasitos de plástico y platitos de cotillón que estaban en la puerta del aula del segundo piso. A mi me habían llevado engañado, ya me puse mal cuando entramos y  me dio la sensación de que había entrado a tribunales (y no el palacio) o a una oficina de la AFIP. Pero no, estábamos en una universidad privada.

Parecía  que íbamos a una charla sobre los  partidos armados de los 70s, a  Camila la habían invitado, y  yo estaba un poco emocionado porque iba a conocer a Pacho O´Donell. Al final no resulto nada de eso. La charla sobre los partidos armados fue la semana pasada, lo decía en un cartel pegado en el ascensor en plan de retiro. Un O´Donell había,   aunque no él mediático que es igual a Mario Mactas, pero su hermano politólogo que es una mezcla Bukowski y Dr House.

-Hay algo que encuentro muy aburrido en la ciencia política:la  fascinación con la burocracia y la administración pública. No puedo pensar en nada más aburrido que eso, pero no el tema en sí (Max Weber, dios te tenga en la gloria) pero si por la cultura estatal de este país.

Noté tres cosas cuando entre: 1)el aula era estratégicamente pequeña, y estaba estratégicamente llena. 2)Graciela Fernandez Meijide estaba sentada en primera fila, y su parecido con Heath Ledger  en Dark Knight era muy cómico 3)No había suelo. En su lugar, alguien lo  encontró divertido parece,  colocaron una colonia imperial de ácaros. Los ácaros, uno al lado del otro, tomaban la forma de una alfombra que engañaba a los incautos.

Nos conformamos con pararnos en la entrada, para que todos nos vean y para poder escapar si la charla se tornaba mortalmente aburrida .Porque el olor a rancio que había en el  aula era peor que los ácaros, que ya habían iniciado un ataque sobre mi sistema respiratorio.

Un hombre que de espaldas parecía Alberto Fernández de Rosa tomó un papel con un pulso bastante acelerado y comenzó a leer.